Confederación Sindical de Comisiones Obreras | 29 marzo 2024.

¿HAY EUROPA?

  • Artículo de opinión de Cristina Faciaben, secretaria de Internacional y Cooperación de CCOO

12/12/2019.
¿Hay Europa?

¿Hay Europa?

La respuesta deseable sería decir ‘sí, claro que hay Europa’. Pero la respuesta más realista es reconocer que, de momento, tenemos una Europa que debe cambiar mucho en su construcción para seguir avanzando de manera democrática, inclusiva y justa. La deriva del proyecto europeo, lejos de su espíritu fundacional, ha ido desencantando paulatinamente a más ciudadanas y ciudadanos. La sociedad civil se ha distanciado del corazón de Europa a pesar de que la Unión tuvo un efecto positivo en todas las economías, especialmente, en las periféricas. Lo ocurrido durante el decenio del ‘austericidio’ no debe repetirse. Los recortes y ajustes impuestos por la Comisión, injustos y en muchos casos ineficaces, no pueden convertirse en una suerte de peaje para la pertenencia a un exclusivo club. La integración debe ser real.

¿Qué está ocurriendo en estos momentos para que parte de la ciudadanía perciba de forma más directa los efectos negativos? Conviene analizarlo para encontrar soluciones. El europeísmo de CCOO forma parte de la idiosincrasia del sindicato desde el convencimiento de que hay Europa, debe haber más Europa, pero una Europa, definitivamente, diferente.

Durante el mes de mayo se sucedieron en el ámbito europeo dos acontecimientos muy importantes para un sindicato sociopolítico como CCOO: las elecciones al Parlamento Europeo y el 14º Congreso de la Confederación Europea de Sindicatos (CES). Ambos hechos inciden sobre los trabajadores y trabajadoras europeas y, cómo no, también en nuestra organización.

Ante las elecciones al Parlamento Europeo aprobamos varias propuestas sobre la Unión Europea que queremos. A la vez, nos planteamos cómo podemos contribuir a materializar estos anhelos desde el movimiento sindical, tanto a nivel nacional, como europeo. Todo ello cristalizó en nuestra propuesta ‘Una nueva Europa para la clase trabajadora’. Y es que el sindicalismo europeo no puede mantenerse al margen porque las decisiones que emanan del Parlamento europeo influyen directamente sobre nuestras legislaciones nacionales.

Sobre el segundo jalón del calendario, en el seno de la CES y en el contexto de nuestro Congreso, aprobamos la hoja de ruta para los próximos cuatro años que pasa por una intervención decidida en la política comunitaria que resulte positiva para los intereses de los y las trabajadoras europeas.

Resulta evidente, por tanto, que ambos hechos están íntimamente unidos. Y no solo por el casual calendario, como apuntábamos: las reivindicaciones sindicales que lanzamos para el nuevo período de las instituciones europeas, para hacer realidad esa nueva Europa, no pueden desvincularse del contexto en el que se han producido las últimas elecciones al Parlamento Europeo y el relevo en la Comisión Europea.

Estamos ante el momento más crítico por el que atraviesa la Unión Europea desde su constitución. El desapego de la ciudadanía con la idea de Europa es creciente y, a pesar de incidir de forma directa sobre nuestras vidas, es casi imperceptible. Pues bien, los resultados de esas elecciones han sido una baja participación y el desconocimiento palmario sobre las funciones, competencias o actividad de las instituciones comunitarias, creciente según las encuestas. Y, claro, parece urgente e imprescindible revertir la tendencia y hacer que la ciudadanía recupere la confianza en el proyecto europeo.

¿Cuáles han sido los principales factores que han alejado a ciudadanos y ciudadanas de la UE? Primero, la crisis y su posterior -y pésima- gestión política, con recortes y austeridad como única y unívoca receta. De ese modo, se cargó el peso de los ajustes sobre los hombros de las personas trabajadoras y las víctimas de la crisis nos vimos -y aún nos vemos- castigadas con recortes de derechos, servicios públicos, empeoramiento de la sanidad y la educación, pérdida de empleo, bajada de ingresos por la caída de los salarios, aumento de la precariedad laboral y recortes de pensiones.

Otro factor es la falta de legitimidad democrática de las instituciones desde donde se imponen estas medidas antisociales. Los mejores ejemplos son el Banco Central Europeo (BCE) o la propia Comisión Europea en cuya extracción se hace patente el sesgo derechista de los gobiernos de los Estados miembros que orientan las políticas neoliberales impuestas.

Pues bien, en este caldo de cultivo han ganado espacio las opciones políticas de ultraderecha, nacionalistas, racistas, xenófobas y machistas, de carácter euroescéptico y refractario a la propia Unión que actúan como virus inoculados al cuerpo europeo.

Su praxis política es sencilla, pero a la vez efectiva: responden con mensajes simplistas, claros y directos que proponen soluciones fáciles a problemas complejos. De este modo, culpan a las instituciones europeas de los recortes sociales, de las limitaciones a la soberanía o de los costes añadidos a su mantenimiento. Y no es cierto. Al menos, no de ese modo. A ello se unen los zafios e injustos discursos antimigración, muy fáciles de digerir por determinada población muy castigada por la crisis y la precariedad social y laboral. A la población migrante se le carga con la responsabilidad del encogimiento del estado del bienestar, de la precariedad o de la inseguridad. Este caldo de cultivo es muy propicio para el auge electoral de partidos que defienden ideas como el cierre de fronteras, la negativa a aceptar las cuotas de personas refugiadas de la UE o el cierre de puertos para el desembarco de náufragos en el Mediterráneo

Hay varios ejemplos, del exviceprimer ministro italiano Matteo Salvini, destituido de sus cargos pero que lidera los sondeos de cara a las próximas elecciones en Italia; hasta Viktor Orban, que sigue gobernando en Hungría. Ambos defienden tesis fascistas en relación a la migración.

Otro peligroso resultado de este cóctel, también salido de las urnas, es el ‘Brexit’, fruto de la manipulación por parte de sectores interesados en la salida de Gran Bretaña de la UE. En cualquier caso, los ciudadanos y ciudadanas británicas decidieron mediante un referéndum democrático abandonar la Unión. Y sus consecuencias, más allá de que se logre una salida con acuerdo o sin él, son desconocidas y peligrosas tanto para el Reino Unido como para el resto de países. Y es que no son pocas las voces que apuntan al ‘Brexit’ como el factor más desequilibrante del proceso de construcción europea, aún muy lejos de completarse.

A los problemas descritos, se une un tercero que ya apuntábamos: el modelo europeo se aleja cada vez más del espíritu fundacional de la Unión que nos hacía diferentes al resto de los países del mundo. Ese acervo social europeo prácticamente ha desaparecido y los socios del club europeo no avanzan hacia la convergencia social; más bien, se repliegan en sus diferencias mientras las desigualdades entre ciudadanos y ciudadanas del norte y del sur se agravan. Así, en lugar de una mayor protección de los derechos sociales, vivimos un claro retroceso generalizado del estado del bienestar.

¿Hay soluciones? Difícilmente si continúa el vacío de liderazgo. A nuestro juicio, la Europa social solo podrá ser realidad mediante acciones y decisiones políticas. Hace falta mucho más que declaraciones de intenciones como el llamado Pilar Europeo de Derechos Sociales, que se quedará en papel mojado si no se le dota de carácter vinculante y de presupuesto para su implementación. La UE no se puede permitir un nuevo paso en falso en un tema tan sensible. ¿Por qué tenemos un mercado y una moneda única sin un sistema de protección social único? La apuesta por la Europa social pasa por establecer un cuerpo normativo vinculante y un presupuesto garantizado en esta materia.

Este es el escenario al que se enfrentan el Parlamento y la Comisión Europea. Desde CCOO, planteamos una batería de propuestas que, de forma resumida, consiste en una nueva Europa basada en un proyecto de construcción solidario con un claro y decidido programa económico y social para las personas. Nada será posible si no se ponen las bases de un nuevo y amplio contrato social que permita una sociedad más justa e igualitaria, que materialice el Pilar Europeo de Derechos Sociales y establezca estándares sociales de obligado cumplimiento y sanciones ante su incumplimiento.

Es imprescindible una Europa democrática, solidaria, igualitaria y feminista, porque solo basada en principios democráticos podrá reducir desigualdades y actuar solidariamente. Necesitamos un Parlamento Europeo con plena capacidad de decisión como única institución elegida por la ciudadanía. Y es necesaria también la transparencia en las instituciones y un cuerpo normativo común y único sobre cuestiones fundamentales como migración, refugio y asilo.

Debemos reivindicar fuertemente la Europa del trabajo decente, tal y como proclama el Objetivo número 8 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Y exigir garantías que hagan posible una negociación colectiva fuerte y eficiente, además de la necesaria libertad sindical para poder desarrollar plenamente nuestra actividad como agentes sociopolíticos. Solo una protección social garantizada y un salario mínimo europeo pueden posibilitar la eliminación de la discriminación, el ‘dumping’ social y las desigualdades entre personas trabajadoras de diferentes países de la UE, a la vez que se garantiza la igualdad de trato y de condiciones vida y trabajo.

Por último, pero no menos importante, Europa debe avanzar hacia una transición ecológica justa y asegurar el futuro de todos ante el avance de la economía de plataforma. La UE debe ser un referente de la protección del medio ambiente y la sostenibilidad, de la economía baja en emisiones de carbono, valiéndose de una nueva política industrial comunitaria que genere empleo mientras asegura la viabilidad de las comarcas afectadas. Todo ello sin dejar a nadie atrás, resida donde resida, en el ámbito rural o en las grandes ciudades. Ante las nuevas realidades del mundo del trabajo, ante la economía de plataforma, las instituciones y la Justicia comunitarias deben garantizar el reconocimiento de que las trabajadoras y trabajadores afectados accedan en igualdad de condiciones a los derechos laborales y sindicales.

En definitiva, más políticas públicas, educación, sanidad, formación o vivienda que posibiliten una Europa de las personas y no solo de los mercados.

Hay Europa, pero hay que repensarla pasando a la acción para recuperar los valores fundacionales que garantizan la justicia social al tiempo que se salvaguardan la economía, el futuro de todos y todas y el medioambiente.