Confederación Sindical de Comisiones Obreras | 25 abril 2024.

REVISTA 'TRABAJADORA', N. 75 (JULIO, 2022)

Coloquio / “La palabra conciliación ya no nos vale”, por José Julio Alonso (edición Diana García Bujarrabal)

    Maternidad y precariedad, una charla abierta entre Diana Oliver y Carolina Vidal 

    26/07/2022.
    La secretaria confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo, Carolina Vidal, y la periodista y autora de 'Maternidades precarias', Diana Oliver, durante la grabación del podcast confederal 'Gente con clase'. Fotografía de Marino Guardia.

    La secretaria confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo, Carolina Vidal, y la periodista y autora de 'Maternidades precarias', Diana Oliver, durante la grabación del podcast confederal 'Gente con clase'. Fotografía de Marino Guardia.

    La secretaria confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo, Carolina Vidal López, y la periodista Diana Oliver, autora del libro ‘Maternidades precarias’, fueron reunidas por el podcast confederal, ‘Gente con clase’, para hablar de un asunto central para nuestras sociedades, para el feminismo, para el sistema económico y, por supuesto, para muchas mujeres: la maternidad. 

    Acerca de la precariedad que la atraviesa hoy en España y los mandatos de género que aún la rodean, de la mercantilización de los cuidados o la falta de servicios públicos, del capitalismo, el individualismo o la culpa, debatieron profusamente las invitadas. Lo que sigue es un extracto de la conversación, que puedes escuchar íntegramente aquí

    José Julio Alonso. Las mujeres habéis pasado de tener que tener hijos a no poder tenerlos. Es el asunto central de la precariedad y la maternidad unidos ¿Podemos cuidar en un sistema que solo vela por lo productivo? ¿Quién cuida a las madres?

    Carolina Vidal: Diana plantea en su libro la cuestión de cómo ser madre, cuándo se toma la decisión y, luego, si nos compensa o no nos compensa… es la reflexión que queda entre líneas y que nos planteamos todo el tiempo. Empiezo, como probablemente voy a terminar, que es con una frase que termina el libro: esto tiene que ser algo natural, ser madre tiene que ser una decisión libre, no tiene que ser un sufrimiento y tampoco tiene que ser una imposición. Sin embargo, las mujeres arrastramos una imposición para ser madres, una imposición social y cultural que dicta qué tipo de madre tienes que ser y terminas arrastrando la culpa de que no eres la madre que se te exige. Yo, que soy madre de familia numerosa… arrastras permanentemente la culpa de saber que estás haciendo las cosas ‘mal’, pero ese ‘mal’ es quizás fruto de la gran cantidad de condicionantes externos que nos ponen el mercado, el liberalismo, y que nos dicen que tenemos que ser madres efectivas, eficientes, que además tenemos que producir para no ser menos, producir en lo que se ha entendido como solvente y rentable para la sociedad. Y yo creo que de esto va, del querer y no poder, del poder y no querer… lo cierto es que las madres no podemos mantener la situación que tenemos y para esto necesitamos una transformación social de lo que hemos venido viviendo. 

    Diana Oliver: Totalmente. A mí me parecía importante, interesante, hablar de las dificultades que atravesamos quienes decidimos ser madres hoy en un sistema que no sostiene la maternidad y en el que la precariedad lo atraviesa todo. No se trata solo de una precariedad laboral que existe y que nos atraviesa, sino que hay una precariedad en cuanto al acceso a la vivienda, a recursos materiales, a cómo nos relacionamos entre nosotros y nosotras, la pérdida de esa tribu entre los vecinos, la familia, los amigos… cómo nos relacionamos y lo mucho que nos cuesta también pedir ayuda, la obligación de que parezca que podemos con todo, que a nivel individual tenemos que poder con ello, y cómo la maternidad y la paternidad se han convertido también en algo profundamente individualista: es tu problema. Tus hijos, tus problemas. Y tú te lo tienes que solucionar. 

    C. V.: A mí me viene a la cabeza algo que hemos mantenido desde la secretaría confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo, y es que la pandemia ha cambiado el enfoque. Efectivamente, la maternidad, y más ampliamente los cuidados, tienen que dejar de ser algo individual para ser algo colectivo. Y esto significa que cuidar no tiene que quedarse dentro de los hogares porque eso no es sino el fruto de la división sexual del trabajo que nos ha impuesto que las mujeres tenemos que estar dentro de las casas cuidando (de manera oculta mejor) y los hombres fuera. Además, se ha dado a entender que somos una especie de ángeles de la guarda y que somos las únicas que podemos hacerlo. A mí me gusta mucho una cita que haces en el libro, de Silvia Federici, cuando dice que “el cuerpo de las mujeres es la última frontera del capitalismo”. Y es que, efectivamente, a todo el mundo le conviene que el millón de empleos que podrían generar los cuidados, si estuvieran profesionalizados y no ocultos en las casas, sigan estando donde están. Tenemos que dar el paso a exigir un pacto estatal por los cuidados porque tenemos que sacarlos de los hogares y tienen que dejar de ser obligación de las familias para ser obligación del Estado democrático de derecho. Eso significa que el Estado tiene que poner los recursos necesarios para cuidar de la vida. Y cuidar de la vida supone que pueda cuidar de dependientes, menores, de quien lo necesite… No solo para que las mujeres podamos ir a trabajar, sino para que podamos tener una vida plena. Esta reflexión tenemos que llevarla también a la negociación colectiva porque, por ejemplo, en los convenios colectivos estamos hartas de decir que hemos negociado las ausencias (nos ausentamos con una excedencia, con una reducción de jornada, con un permiso para llevar a nuestros hijos e hijas al médico…) y ahora hemos de negociar las presencias: cómo vamos a ir a trabajar, en qué momentos, cómo vamos a poder hacer flexible nuestro horario, cómo podemos adaptar la jornada de trabajo a nuestra vida personal. Lo que hay que hacer es un cambio en la estrategia social y en la forma de vivir, diciendo un sí a la vida, sí al trabajo, y reconciliar los dos aspectos. 

    D. O.: ¡Ahora mismo son irreconciliables! Cuando se habla de conciliación, que es una de las cosas que planteo en el libro, la conciliación, tal y como la entendemos hoy, no existe. No es posible hacer dos tareas tan grandes como es cuidar y como es un empleo remunerado tan rígido, con los horarios que exige, el tiempo que nos exige… Hay que buscar nuevos planteamientos, darle un vuelta a todo y pensar cómo estamos cuidando y lo que estamos haciendo. Lo único que genera el seguir sosteniendo este sistema es el malestar permanente porque no llegas, no alcanzas y no lo puedes sostener. Y reflexionar en cómo los cuidados se han convertido en un verdadero privilegio. Yo me di cuenta cuando tuve a mi primera hija, a las 16 semanas me tenía que incorporar y yo no estaba preparada, no quería dejar a mi hija, quería ser la protagonista de ese cuidado. Los primeros años en toda una vida; los primeros cambios, son los más exigentes… ¿Cómo podemos sostener esto entre todos y entre todas para que podamos adaptarnos a los niños y las niñas, a las necesidades de la maternidad y de los cuidados? ¿Qué es lo se está necesitando? Estamos poniendo el capitalismo por delante, el seguir en la rueda productiva por delante del cuidar la vida que, al final, es lo que sostiene todo lo demás. Me parece fundamental que se esté hablando de esto, que haya cada vez más voces que digan ‘poner los cuidados en el centro está muy bien, pero ¿qué es poner los cuidados en el centro?; la conciliación está muy bien, pero ¿qué es eso de conciliar?’ 

    J. J. Puede ser la voladura del sistema. El feminismo como implosión del capitalismo. ¿Por eso el feminismo son muchos feminismos?¿Conviene que el feminismo tenga tantas voces?

    D. O.: El feminismo siempre se ha caracterizado por la escucha, por la participación. Claro que hay diferentes sensibilidades porque el feminismo es eso.

    C.V.: En este momento el feminismo, efectivamente, lo que tiene en la base, aunque suene un poco bestia, sí, es una forma de explosionarlo todo. ¿Por qué? A mí no me gusta hablar de conciliación porque creo que esa palabra no nos ha servido para nada. Significa que hemos podido poner los mimbres jurídicos para que te dejen tiempo para que hagas las dos cosas que te exige el capitalismo. De hecho, las medidas de conciliación primeras que pusimos en nuestros convenios colectivos y normas laborales han servido para que los permisos los sigan cogiendo las mujeres. Es verdad que puso sobre la mesa la idea el hecho de que las mujeres tienen que salir de las casas. No obstante, ha sido una imposición liberal para decirnos al final, ‘oye, que no se te vaya mucho la olla, que tienes que seguir haciendo tus cosas de tu casa aunque sigas trabajando’. Hemos sido nosotras partícipes también de eso. Ahora vamos a hacer otra reflexión: no queremos una conciliación sino una corresponsabilidad. La palabra conciliación ya no nos vale. Para ser corresponsables el feminismo tiene que atravesarlo todo con perspectiva de género. Porque si no, no tiene esto ningún sentido. Por eso necesitamos una sociedad feminista. 

    J. J. ¿El capitalismo puede tener perspectiva de género? 

    C.V.: Yo creo que no. 

    D.O.: Yo lo que creo es que hemos cambiado la maternidad como destino e imposición por el capitalismo, es decir, por salir a trabajar de forma obligada, como único destino. Es muy difícil para muchas mujeres que se encuentran en una situación de precariedad; para las que no van esos discursos de techos de cristal y de conciliación y de carreras profesionales, porque no todo el mundo tenemos carreras profesionales… Creo que lo que hay que hacer es buscar nuestro propio discursos y apuntar, ‘oye, esto está muy bien para las que estén en las jerarquías arriba del todo, pero las que estamos aquí abajo, ¿qué necesitamos? Esto no nos está funcionando. No se puede pasar todo por la mercantilización, por el que tú tengas tu carga mental, tus cuidados y todo, y peleándote con el de al lado para poder llegar. Yo estoy mucho más de acuerdo con el feminismo de la diferencia porque creo que, dentro de esa igualdad de derechos, en nuestros cuerpos hay una diferencia clara a la hora de afrontar la maternidad, pero también creo que hay que ir hacia una feminismo ecologista, sostenible, ese feminismo de los cuidados en el centro, que valore el cuidado como lo que sostiene todo y lo que hace que funcionemos y  como lo que hay que proteger, acompañar y valorar. Un feminismo que crea en el decrecimiento, no en el continuo crecimiento porque creo que es una obviedad que nos estamos cargando el planeta; esto no sé cuánto tiempo más lo vamos a sostener, a lo mejor necesitamos un feminismo de la vida; de la vida y de los cuidados.

    C.V.: Yo comparto lo que ha explicado Diana. Creo que estamos en el momento, no tanto de romper los techos de cristal, como de salir de los suelos pegajosos. A mí me tortura muchísimo, por ejemplo, cuando hablamos de las cuidadoras, de empleadas de hogar, de las mujeres migrantes… pensemos que para romper ese techo cristal que hablábamos hemos externalizado los cuidados de los que el estado social no se hace cargo hacia otra mujer más precaria, que tiene más problemas: eso es liberalismo, explotar a unas personas sobre otras. Y esto lo reflejas bien en tu libro. ¿Puede una mujer en una situación económica precaria ser madre? ¿Y qué tipo de madre? A mí me preocupa profundamente que esa ruptura de los techos de cristal termine haciendo una nueva brecha de clase dentro de esa periferia propia de las mujeres. Ahí es donde necesitamos el Estado social, que los poderes públicos pongan los cuidados en el centro de la vida. Me gusta esa expresión que utilizas, un feminismo de la vida; un feminismo que ponga en el centro una convivencia generacional también. Haces alusión a esa red de apoyo de mujeres que al final nuestra forma de vida, la competitividad, ha ido destruyendo… muchas mujeres ya no tienen esa red de cuidados entre los vecinos y vecinas o amigos y amigas que se hacen cargo de los menores; y ahí es donde tiene que estar el Estado Social, un Estado que cuide desde lo público. Esto tiene otra derivada, el hecho de que las mujeres que cuiden tengan condiciones precarias ¿Por qué? Porque no se le da valor profesional; porque eso no cuenta en la estadística, y apenas cuenta económicamente; sin embargo, al final nos hemos dado cuenta con la pandemia de que es lo que ha sostenido la vida, de que esas mujeres con sueldos precarios que nos estaban cuidando son las que han sido servicios esenciales. Es más, muchos de los conflictos sindicales que tenemos abiertos están protagonizados por sectores feminizados: el contact center, las mujeres de la limpieza en los hospitales, la dependencia, la ayuda a domicilio, las mujeres del campo… es decir, sectores que son esenciales, mujeres que han dicho ‘nos hemos dado cuenta de que la vida no sigue sin nosotras’. 

    D.O.: Lo vimos en aquella manifestación feminista del ‘si paramos se para el mundo’, cuando salimos a la calle y dijimos ‘vamos a reclamar que estamos cuidando gratis’, que lo hacemos desde condiciones indignas muchas veces, y vamos a valorar lo que estamos haciendo. Un problema que tenemos también es que nosotras mismas no valoramos el cuidado; siempre es algo secundario, un trabajo que está menos valorado… Tú tienes un estatus en el que el cuidado y la limpieza; todo lo que tenga que ver con estos trabajos subalternos, no están ahí… tenemos una tarea bastante grande para repensar esto. En el feminismo de los años 60, cuando la mujer se incorpora masivamente a trabajar fuera de casa, eso era necesario, esa ruptura. Ahí tenemos socialmente algo que cambiar. Decir, ‘oye, esto que se está haciendo también es importante y valioso, y no solamente los trabajos de traje son los que merece la pena visibilizar, proteger o tener como objetivo’. Y luego, lo que comentabas antes. ¿A costa de qué estamos llegando a esos trabajos mejor considerados, mejor remunerados y demás? A fuerza de explotar a otras mujeres en otras circunstancias mucho peores, sin contrato la gran mayoría, sin condiciones laborales ningunas, con una inestabilidad brutal y teniendo a sus propios hijos e hijas en muchas ocasiones buscándose la vida. 

    C.V.: Romper el techo de cristal todavía tiene mucho que ver con la clase social y con el nivel económico. Tú te preguntabas en tu libro ¿puede una mujer que económicamente no pueda afrontarlo ser madre?, y ¿qué tipo de madre? Pues es complicado… lo puede ser, pero probablemente va unido a un sufrimiento personal que yo no creo que en este momento tengamos por qué asumir. ¿Por qué la sociedad tiene que asumir que haya personas que, siendo madres, estén en la periferia del derecho del trabajo, en la periferia de la maternidad, de lo que se nos exige?

    J. J. ¿Qué pasaría en nuestro entorno si hubiese un partido de las mujeres? 

     D.O.: Esto depende mucho porque muchas de las propias mujeres también están absorbidas por el patriarcado. Se han convertido en hombres para llegar a donde están. Si tenemos un partido de las mujeres presidido por alguien como Margaret Thatcher probablemente estemos en las mismas que hemos estado hasta ahora… En cuanto a la mujer como última frontera del capitalismo, pues es que lo estamos viendo. Cómo la maternidad se ha mercantilizado con la industria de la reproducción asistida, en los últimos años un auténtico boom, ese deseo de ser madre que se ha mercantilizado totalmente fruto del retraso de la maternidad porque no se dan las condiciones, porque socialmente te empujan a pensar que siempre estás a tiempo, todas estas cosas... Y luego está la gestación subrogada, un melón que se acaba de abrir, pero que también dice mucho de esta mercantilización del cuerpo de la mujer… el capitalismo puro y duro atravesándonos. 

    J.J.: Ante estos problemas, estas incertidumbres, la propuesta de los partidos neofascistas pasa por volver atrás. Defienden ‘la vida como era antes’. 

    C.V.: Yo creo que hay un ataque que no es casual y que no tenemos que banalizar. Se está atacando agresivamente al feminismo, y creo que el sentido viene precisamente de darse cuenta de que los cuidados son esenciales para vivir y estos cuidados, ojo, los hemos mantenido las mujeres. Cristina Oñoro en el libro ‘Las que faltaban’ cuenta una historia muy bonita de cómo la primera ginecóloga mujer iba vestida de hombre porque prohibieron a las mujeres que asistían a las parturientas, las comadronas; las prohibieron porque se dieron cuenta de que la llegada de la vida no podía estar en manos de las mujeres… ¡sólo ellas sabían  atender partos! Con lo cual había una mortandad increíble en los partos. Hubo entonces una mujer que se transforma en un hombre para poder ser un ginecólogo y atender estos partos. Quiero decir con esto que hay cierto miedo y que el patriarcado es como un monstruo que está muriendo y se está revolviendo, y ese monstruo lo ha recogido la ultraderecha. 

    Y contesto a lo que decías antes de los partidos de las mujeres. Mirad, el feminismo no tiene mucho sentido si no tiene transversalidad… igual que la política no tienen ningún sentido si no tiene perspectiva de género. En el sindicato, creemos que la política feminista debe convertimos en agente de igualad. Porque yo no quiero una vida enfrentada a los hombres; yo quiero una vida feminista para todos y para todas. Y esto supone que tenemos que hacer una política transversal. 

    D.O.: Respecto a  la derecha y esa vuelta a ese pasado que tanto les gusta decir tengo que se decir que se han apropiado del concepto de familia, de los cuidados y la maternidad. Y creo que la izquierda tiene también un cierto problema al querer defender esto porque no lo considera propio. Una vez que la derecha se ha apropiado de ello parece que no se puede reclamar… y yo creo que sí se puede reclamar, pero desde otro lado. No desde la familia católica que hemos vivido durante tantísimo años, sino desde la diversidad familiar, o los modelos de familia. El cuidado es importante porque lo necesitamos como sociedad y debemos repensar eso también. Yo echo mucho de menos que la izquierda reclame esto, que reclame la maternidad y los cuidados y lo haga sin tanto conflicto, sin tanto prejuicio… 

    C.O.: Yo creo que hay que reconciliar, reconciliar la vida, reconciliar el trabajo y reconciliarnos las mujeres con nosotras mismas. Al final, lo que escondemos en toda esta conversación es una palabra: libertad. Poder elegir. Y para poder elegir necesitamos un estado social potente, que anule los desmanes y los desvíos del capitalismo. 

    José Julio Alonso (@Dummars) forma parte del equipo de la secretaría de comunicación confederal 

    Diana García Bujarrabal (@dianabujarrabal) forma parte del equipo de las secretaría confederal de Mujeres, Iguladad y Condiciones de Trabajo