Pilar Morales Pacheco es secretaria de las Mujeres de CCOO de Madrid. Fotografía de Fran Llorente.
ALGUNOS DEBATES son gigantes con pies de barro, es como si el patriarcado desplegara una espesa cortina de humo para enredarnos en eternas disquisiciones, para mantenernos dando vueltas a la noria. Y, mientras se encuentra la definición más perfecta de “violencia patriarcal” o de “terrorismo machista”, no invertimos todo el esfuerzo en prevenir y erradicar todas las formas de violencia sexista. O que, en el caso del COVID-19, no se analicen los datos desagregados por sexo, por renta o por la mala salud acumulada como consecuencia de años y años de discriminación de las mujeres, de todas nosotras, pero especialmente de las trabajadoras y dentro de ellas, las más empobrecidas por una discriminación en el mercado laboral que no se acaba de afrontar como la injusticia tan palmaria a la que se nos aboca.
Cuanto más se conoce más se multiplica el laberinto: la violencia sexual, psicológica, económica, obstétrica, física, cultural, religiosa… Todas ellas ejercidas por la organización patriarcal con un brazo ejecutor (maltratadores, empresariado, misóginos, líderes religiosos…) que mantienen el sistema sin cuestionar las razones profundas de que estas violencias existan y mantengan a mujeres y niñas como ciudadanas de segunda.
Además, hay colectivos que se van de rositas, como si la desigualdad no fuera con ellos. Las confesiones religiosas, por ejemplo, llevan siglos culpando a las mujeres de casi todo: de las malas cosechas, las sequias o las inundaciones, de que enfermen los animales, de que los hombres las violen, de tener o no tener descendencia y de extender el mal por el planeta. La Biblia católica es un ejemplo de esto, en cada maldad, en cada “pecado” sitúan a una mujer detrás. De hecho, las fuerzas más reaccionarias del país han estado acusando a las mujeres de la propagación del maldito COVID-19 por la manifestación del 8 de Marzo. La virulencia de los ataques a la manifestación feminista ha sido tan grande como absurda, pero quizá haya calado la gota malaya del odio a las que se ponen en pie y luchan también en la calle por la consecución de derechos.
Tantos siglos de literatura misógina, de tantas “brujas” quemadas en las hogueras y expoliadas de sus conocimientos y talentos, invisibles en torres o en celdas, ha llevado a construir un sujeto colectivo maligno que son las mujeres, según las culturas en que se apoya la misoginia. Pero el verdadero terror que impregna al machismo es el de no poder controlar los cuerpos de las mujeres y el inmenso poder de engendrar, parir y continuar la vida. Ese es el peor de los miedos del patriarcado: no poder controlar los cuerpos de las mujeres.
Además tampoco les tranquiliza que haya mujeres que se salgan del molde por no ser madres o por no interesarles sexualmente los varones, otro terrible pecado que en muchos países conlleva penas de muerte.
Nadie puede salirse de los esquemas, el modelo de familia bajo la supremacía de los varones es la única que aceptan, lo demás es pecado o enfermedad para el patriarcado.
Sin embargo, las mujeres se defienden, se organizan, se reúnen y dan respuesta muy por encima de las instituciones. Esas mismas instituciones que deberían protegerlas, no porque sean más débiles sino porque tienen derechos y forman parte de la sociedad; una sociedad que contribuimos a crear, a mejorar y hacer más humana. Las mujeres han luchado también durante la pandemia incorporándose a la distribución de alimentos en las asociaciones vecinales, a las propuestas de ley de igualdad de diversidad familiar auspiciada por el Comité Reivindicativo y Cultural de Lesbianas (CRECUL) o a las propuestas de Comisiones Obreras en relación al registro de planes de igualdad y transparencia salarial.
Todo el inmenso trabajo de los cuidados, llevados a cabo desde siempre por las mujeres, se ha puesto de manifiesto en 2020, demostrando que en cuestión de preservar la vida y hacer que no se pare la sociedad no hay otro grupo humano que las supere y eso sigue sin valorarse como se merece.
Acabar con las violencias sexistas se debe acometer desde todos los ámbitos de la sociedad, no solo con la condena de los asesinatos, sino con medios materiales y humanos, asegurados por ley en los presupuestos generales, autonómicos y locales.
Pero no solo se trata de dinero, sino también de respeto, “Respeto” con mayúscula desde la escuela, la judicatura, los medios de comunicación, la política y el sindicalismo. Ya existe una amplia base de experiencia feminista en cada una de estas áreas con una enorme capacidad de hacer propuestas.
Para concluir, la sociedad debe reconocer a las innumerables mujeres que han luchado durante toda su vida desde todos los frentes y honrar la memoria de quienes nos han dejado en este 2020 sin haber flaqueado, adaptándose en cada momento a lo que era necesario hacer, reivindicando los derechos de todas. La sociedad ha de reconocer a las activistas de la igualdad y la libertad, siempre solidarias, muchas de ellas sindicalistas de Comisiones Obreras. Para todas ellas mi agradecimiento y una promesa: “Vuestros nombres no se borrarán de la Historia”.