Confederación Sindical de Comisiones Obreras | 16 mayo 2024.

REVISTA "TRABAJADORA", N. 79 (JULIO DE 2023)

Entrevista a la actriz y humorista Esther Gimeno: Al feminismo con buen humor, de Carmen Briz Hernández

    Esther Gimeno es ingeniera de Caminos y cómica, una cómica que también trabaja como actriz: “Me he enamorado muchísimo, a lo loco, de la comedia: te estoy amando locamente…”. Ella, como otras muchas cómicas, sube al escenario y se lía a mamporrazos con los estereotipos de género, hacer pensar a través de la risa forma parte de su oficio.

    06/07/2023.
    Esther Gimeno, fotografía de Julián Rebollo.

    Esther Gimeno, fotografía de Julián Rebollo.

    ESTHER GIMENO nace en Zaragoza, pero sus padres –ambos médicos- se trasladan siendo ella aún pequeña a Madrid. Se le dan bien las ciencias y cuándo tiene que elegir qué estudiar se decide por la ingeniería de Caminos: “Se decía que se viajaba mucho”. Tiene suerte, le gusta la carrera: “Fue muy dura, pero me gustó mucho, me lo pasé bien. Luego me di cuenta también de que es un mundo muy machista y quería realmente cambiar el mundo de la ingeniería muy machuno y muy... corrupto en esa época”. Compagina la carrera con el teatro, como forma de ‘descongestionarse’ de tanto estudio y cuando finaliza la carrera ya tiene en marcha una compañía de teatro profesional.

    Ejerce tres años como ingeniera, que compatibiliza con bolos en el teatro. Poco más tarde, se hace cargo de las cuentas de la Plataforma No a la Guerra: “Me dije, esto es una señal absurda y me di cuenta de que quería dedicar mi tiempo a ser actriz y comencé a formarme. Estudié en la escuela nocturna La base del teatro, porque estaba currando, tenía ya 26 años, estuve muy a gustico”.

    Esther Gimeno trabaja en cine (Amigo, de Oscar Martín), en series de televisión (Acacias 38), en teatro (Está todo pagado, de José Cruz y dirigida por Alda Lozano) y desde 2004 en comedia, como monologuista de stand-up (Las que Faltaban, Comedy Central, ComedYantes, FDF…): “Empecé, de rebote, en el mundo del stand up en 2004, me apunté a un curso, que impartía Agustín Jiménez titulado Monólogos. Pensé que eran monólogos de Shakespeare y que me iba a poner a declamar ‘implorando a Zeus’, pero no, nos sentaron a escribir. Y yo dije ‘¿esto qué es?’. Además no me consideraba nada cómica en aquel momento. Cuando nos pusimos a defender lo aprendido en el escenario, la gente se reía. Y yo, que iba para actriz dramática, estaba indignada, porque tenemos esa idea estúpida de separar el drama de la comedia, como si la comedia fuese un género menor”. Pero aquello le engancha, en ese momento hay bastante trabajo y todavía pocos cómicos y cómicas.

    La risa femenina ha permanecido bajo vigilancia, tolerada a condición de que se escondiera tras el abanico”, escribe Sabien Melchior-Bonnet en su ensayo La risa de las mujeres. Una historia de poder. La risa es contraria a la imagen de una mujer modesta y púdica, una mujer que se ríe o que hace reír se lee históricamente como descarada, vividora, atrevida, ¿qué piensa sobre ello?

    Las mujeres no tenían acceso al humor porque a las mujeres se nos ha dicho que con estar monas ya tenemos todo hecho.

    La risa es subversiva, la risa es romper tensión. Consigues la risa a base de generar un imaginario. Hay que contar también, en cada momento, con qué se acepta culturalmente. Las premisas en el humor, a veces, son más conservadoras porque tiras del imaginario colectivo, que suele ser conservador, y necesitas darle la vuelta. Eso ya es subversivo. Hay que diferenciar entre un chiste machista o un chiste que pone mal a las mujeres para luego darle la vuelta. Y eso a veces es lo delicado del humor.

    El humor es sorpresa, es romper, lo explica muy bien la cómica australiana Hannah Gadsby en Nanette (monólogos en torno al género, la sexualidad y el descontrol infantil), que es maravilloso. Ella explica que en un momento dado decidió no hacer más comedia, porque tienes que generar una tensión, y luego sorprender con un giro, a veces agresivo, pero también liberador. Y cuenta que estaba cansada de tener que generar esa tensión para contar su historia. A las mujeres se nos educa para contener y sujetar, no para soltar. Nuestro papel es el de la contención, el de mantener el orden en la familia, mantener la estética, la belleza y el equilibrio. Los hombres, en cualquier debate público, pueden gritar y no pasa nada, las mujeres que gritan son ‘histéricas’ o ‘están con la regla’… en fin…

    Por lo tanto, sí, el papel que se nos ha destinado a las mujeres está muy lejos de la comedia.

    ¿Podemos reírnos en este mundo rodeado de desigualdades, injusticias, catástrofes, miedos y desasosiegos?

    Existe la idea de que cuando algo es más grave, más serio, más intenso, no se puede hacer humor, pienso que es todo lo contrario. Es cierto que te la juegas, pero creo que no hay nada más liberador y con más poder que enfrentarte también a tus incoherencias y a tus fantasmas a través del humor.

    El drama tiene algo muy complaciente, que es empatizar, que está muy bien, pero que te pone en esa cosa como de ‘qué buena soy que entiendo a esta persona’. Ahora, cuando puedes ser la persona que la está cagando y el humor te lo devuelve, no es tan complaciente. Creo que pueden hacerse narrativas de un desastre a través del humor.

    ¿Cuáles son sus referentes?, porque la existencia de mujeres profesionales de la risa es algo relativamente reciente.

    A mí me encantaba Martes y Trece, imitaba sus sketches con mis amigas adolescentes, y también Rosa María Sardà en Honorato, ¿ponemos la tele un rato?. El feminismo me lo encontré haciéndolo, sin darme cuenta. Descubrí que me gustaba el humor haciéndolo. En aquel momento no había nada, tan sólo el Club de la Comedia y no me gustaba, no era lo que quería, sin saber todavía que yo era feminista. Así que, para no variar, las referentes me las voy encontrando según trabajo y sí también haciendo un trabajo de investigación.

    ¿Les pasa a las cómicas, como a otras profesionales de nuevos sectores -estoy pensando en las trabajadoras de videojuegos- que cuentan que sus referentes son sus propias compañeras? ¿Se retroalimentan?

    Sí, primero, te retroalimentas; y segundo, como no se nos da tanta visibilidad, parece que no hay cómicas. En los últimos tres años ha habido un aumento de cómicas jóvenes televisivas. Es lo de siempre, si tú no pones a una mujer astronauta, nunca va a haber chavalas que quieran ser astronautas. Lo mío fue como un proceso raro, intuitivo, y de oler.

    Me gustan mucho las cómicas norteamericanas, como Michelle Wolf, Katherine Ruyan, Margaret Cho o Ali Wong, la chilena Natalia de Benito, la mexicana Alexis de Onda, la argentina Vero Lorca y la colombiana Catalina Guzmán.

    De aquí me gustan mucho Maika Jurado, Coria Castillo, Asaari Bibang, es muy potente y además antirracista; Cristina Gómez, Sil de Castro (con Calladitas estáis más guapas…), Eva Cabezas, Virginia Riezu, Ana Morgade, Pepi Labrador, Jazmín Abuín y Raquel Sastre.

    ¿Hay una mucha mayor exposición de las cómicas que hacen stand up?

    Stand up significa subirte desnuda (sin artilugios, sin artificios) a un escenario, aquí no haces un papel, no tienes la justificación de un personaje, el stand up es parte de ti, dices todo lo que piensas y eso también es muy subversivo.

    La diferencia entre el stand up y el teatro es que no hay cuarta pared. Y eso a veces confunde al público, que no entiende qué es ficción y qué es pensamiento propio. Muchas veces utilizas recursos variopintos para llegar a las personas, además, un chiste, fuera de contexto, no tiene defensa posible. Lo normal es que las cómicas toquemos los límites, aunque partamos del imaginario popular conservador. La comedia es una herramienta de cambio.

    Hay chistes propios, que pasado el tiempo te das cuenta de que son machistas o racistas porque tú, sin querer, también lo eres, pero siempre se está a tiempo para cambiar.

    A pesar de todo, ya existen festivales de cómicas, algo impensable hace unos años, ¿qué opinión le merecen?

    La primera vez que intenté con unas compañeras montar algo que fuese solo de mujeres, algunas cómicas decían ‘ya, pero es que si no incluimos a hombres, estamos haciendo lo mismo’. Digo ‘no, cariño, no estamos haciendo lo mismo. Si tú no estás en ‘sus espacios’, a ellos no les llama la atención’. Pero si ellos no están en nuestros espacios, de repente hay controversia. Si casi todos los festivales son de cómicos.

    Y, de repente, teníamos que convencernos a nosotras mismas. Era el año 2010 y la foto del cartel era como muchas piernas de mujeres con distintos calcetines, medias, tacones, no tacones, era una cosa como muy naif en ese momento, decir ‘vamos a hacer unos shows de comedias solo de mujeres’, sin ni siquiera poner nuestra cara. Fíjate ¡qué cosa! Cuando un cómico lo primero que hace es poner su cara.

    Todavía hay un montón de mujeres y de cómicas que llevan peleándose esto por todas las carreteras de España y aun así no quieren estar en festivales solo de mujeres. Es como cuando se hizo un congreso de stand up y una de las mesas era sobre la comedia hecha por mujeres. Pues básicamente, era la única mesa donde había presencia de mujeres. Una compañera, Pilar de Francisco dijo, con buen criterio, pues yo no quiero ir. Era la típica mesa para parecer integradores, en donde solo estábamos nosotras debatiendo sobre nosotras y con público femenino.

    Ahora, si monto un espectáculo con una compañera ya no me excuso con el típico subtítulo de ‘monólogos de mujeres’. Esto ya se hizo.

    ¿Son cada vez más igualitarios los carteles y programas cómicos?

    Los carteles son un horror. Es cierto, que hay muchos festivales feministas o mayoritariamente de mujeres y sientes que el público necesita que hable la puñetera mitad de la población, quiere oírnos, y quiere diversidad, con otros planteamientos sobre la sexualidad y se llenan, están funcionando. Pero luego, hay un mercado muy grande, donde hay mucho dinero, que son las fiestas de los pueblos, las programaciones anuales que siguen llenas de hombres.

    Decía Virginia Woolf que hay “que volver serio lo que le parece insignificante a un hombre y volver anodino lo que le parece importante” como manera de subvertir el orden establecido, ¿cómo piensa que lo percibe el público?

    Una ventaja que tiene no ser conocida es que viene mucha gente ‘a ver un monólogo’, público que incluso estaría reticente a escuchar tu discurso y, sin embargo, entra en el juego y le convence.

    Me encanta el público que viene al Coñumor o las más de 1.000 mujeres que asistieron al Encuentro #EnClaveVioleta, organizado por la Secretaría Confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo de CCOO, en el Auditorio Marcelino Camacho en 2020, claro, dices, ¡qué gusto! (1).

    Pero me gusta mucho cuando veo una mesa que está como en tensión, y al final pues no les queda otra que relajarse, disfrutar y acompañarte en el viaje. Y eso es bonito.

    También te llevas sorpresas de gente que se te puede ofender, pero eso ocurre en cualquier espacio de creación.

    ¿Cómo entiende la libertad de expresión? ¿Vamos hacia una cultura de la cancelación?

    Hablan de cancelación quienes nunca han sido cancelados. No hay mayor cancelación que no estar en ningún medio. ¿Te parece poca cancelación la que vivimos la inmensa mayoría de las mujeres? Lucía Lijtmaer lo explica muy bien en su libro Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta (2019). Cancelación es no tener un trabajo porque tu perfil, tu género, tu sexualidad no casa con lo mayoritario. Puedes recibir una turba de críticas de feminazis, pero a la mañana siguiente sigues con tu programa. Esa cultura de la cancelación, desde mi punto de vista, no existe. Existe otra cancelación que es mucho peor, que es no darle voz a la inmensa mayoría de la población.

    Por otro lado, me parece terrible que lo que más se mira con lupa precisamente sea el humor. Generas una tensión y rozas un límite (un límite que permite que tú misma te enfrentes a tu racismo o a tu machismo, por ejemplo); te liberas y estás liberando al público.

    Puede haber chistes abiertamente racistas, machistas, homófobos, que aun así, personalmente, no creo que se tengan que censurar. Creo que la libertad de expresión tiene que ser tan bestia que al final haya tal cantidad de discursos que se diluya justo el que nos parece que está rozando el límite.

    Y, por supuesto, creo que el humor cambia mentalidades, a lo mejor no de inmediato, pero le haces a la gente plantearse giros y tomar otra perspectiva.

    ¿A qué ha tenido que hacer frente en su carrera profesional?

    Todavía me sale sarpullido al escuchar a mis compañeros hacer chistes machistas delante de mis narices, que me presenten pensando que están siendo majísimos conmigo diciendo: ‘es la única cómica que me hace gracia’ o ‘es la más buenorra de la comedia’ (esto ahora ya no, porque ya no tengo la edad). Y, encima, se creen que te están haciendo un favor... Pero también creo que todo el mundo aprende. Yo también he aprendido, me he corregido, igual hay que darles esa ‘oportunidad’.

    ¿Qué impacto tienen sus espectáculos entre el público?, ¿piensa que hay diferencias entre el público femenino y el masculino?

    Me parece más interesante el impacto que pueda tener en públicos no convencidos que en un público convencido.

    Hay un prejuicio, se piensa que en provincias o en sitios más pequeños no te van a recibir y no van a entender lo que cuentas. Si te abres a otros espacios donde se puede producir un cambio, hazlo. Tendrás que afinar, pero el resultado es muy placentero. Está denostado decir que quieres ser comercial, pero me parece más atractivo trabajar para ser casi de masas, lo comercial no necesariamente significa que el discurso sea vacío. Me gusta llegar a gente que, de entrada, conmigo no compartiría pensamientos. Hay quienes me dicen: ‘no comparto lo que dices, pero me he reído mucho’; algo habrá quedado.

    ¿Cómo trabaja los monólogos?

    Tengo miles de ideas que dejo en ‘barbecho’. Vuelvo a mirarlas al cabo de los años e igual me cuadran. La comedia es tragedia más tiempo. Soy muy curranta, pero también caótica, desorganizada. Escribo sobre mi proceso vital, otras veces simplemente oigo cosas y las apunto. También cuando hay cuestiones de actualidad y deseas contarlo a tu modo. Sigo mi instinto. Este es mi proceso de trabajo, como ves, no tiene ni pies ni cabeza.

    ¿Cómo llega al feminismo?

    Crecí en un pueblo, mi madre es feminista, había entrado en los movimientos feministas en los setenta, su apariencia era muy femenina y se sintió un poco rechazada. Ella me educó para que hiciera lo que quisiera.

    Y ya estando en la comedia, siendo actriz, es que ni se hablaba de feminismo. Leí el libro Malas. Rivalidad y conflictividad entre mujeres (2003), de Carmen Alborch, me emocionó y entendí muchas cosas. Sobre 2009 comencé a llevar el feminismo a mi trabajo. Me di cuenta de que había tirado de viejos y anticuados estereotipos. Escribí monólogos que ahora no escribiría.

    ¿Se puede una reír del feminismo comprometido?

    Creo que en el feminismo, en la izquierda, en el activismo nos hace falta humor. Nos hace falta reírnos de nosotras mismas, nos hace falta aceptar que tenemos incoherencias. Porque además, en ese aceptar que tienes incoherencias vas a aceptar otras visiones de la otra que también es feminista, aunque no sea como tu feminismo, porque no hay que compartir absolutamente todo para compartir una lucha. Hay momentos para la parte sesuda, para debatir, pero lo que no puede ser es que estemos todo el día en tensión, con preocupación…, ¿por qué en tu parte de activismo no vas a poder incorporar la parte del disfrute, la parte del reírte?

    Como trabajadoras, ¿cómo se organizan?

    No existe un sindicato de cómicas y cómicos; lo hemos intentado varias veces.

    Sigo siendo actriz y estoy abierta a contrataciones. En la parte de la comedia, no existe un precio o una contratación mínima. Hay quien cobra lo básico y quien cobra más. No tenemos un sentimiento de colectivo y eso es un desastre. Es un trabajo muy informal. La comedia ha tenido un boom y se ha podido vivir de ello, pero no se pueden tirar los precios, porque perjudicas a un montón de compañeras y compañeros. Ahora que se está empezando a profesionalizar en los escenarios, tenemos que respetar nuestro trabajo y organizarnos nos ayudaría a establecer unos mínimos profesionales.

    ¿Es el edadismo otro problema al que se enfrentan las cómicas, justo vosotras que jugáis con los estereotipos femeninos de la belleza, lo joven…?

    Totalmente. El escenario y el mundo del espectáculo es el que es. Siempre hay menos mujeres en películas, series, obras de teatro y siempre hacen de madres, abuelas o son muy jovencitas. En comedia pasa igual, pero somos muy pesadas y ahí seguimos. Pero, de alguna manera, no dejo de pensar si en algún momento me van a hacer bajar del escenario a una cierta edad. No todas somos Mari Sampere. Pepi Labrador es la única cómica con ese perfil. ¿Me he caducado ya y me quedan cincuenta años de vida, ¿qué hago con esto? Porque señores de cincuenta y tantos con su programa de tele, los hay, tengan la edad que tengan y el cuerpo que tengan. Las mujeres no. En comedia, hay edadismo y machismo es impepinable. Y piensas: ‘¡Madre mía, quién me manda a mí…!’

    ¿Quién es la Jenny?

    Pues la Jenny es un personaje que generé para un monólogo así muy choni. Siempre se denosta la parte choni que todos tenemos. Había hecho otro personaje anterior de madame para un show muy cabaretero, y me tira siempre, claro, soy actriz y me tira. Y para un programa de tele que dirigían J. J. Vaquero e Iñaki Urrutia, me propusieron crear el personaje de la Jenny. La Jenny parece desinformada, según el estereotipo del poder, pero también sabe hablar de cine coreano. Esta señora te puede dar mil vueltas en razonamiento. Saco a pasear a la Jenny cuando se deja y cuando puedo.

    Carmen Briz (@MamenBriz) es periodista y forma parte del equipo de la Secretaría Confederal de Mujeres, Igualdad y Condiciones de Trabajo de CCOO.

    (1) Esther Gimeno es hija de María Jesús Gascón, médica trabajadora y defensora de la salud pública como primer escalón para una sanidad pública y realmente universal y de Fernando Gimeno, médico comprometido con la política y la sociedad en general (de los primeros en tener cané del PCE en Aragón y sindicalista de CCOO) y con la Sanidad Pública madrileña, en particular, fue uno de los ex patriados del Hospital Severo Ochoa de Leganés. Falleció hace cuatro años.

    Revista Trabajadora, n. 79 (julio de 2023).